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Un planazo negro, negro

Hoy en el Planazo disfrutamos de tres obras bellas pero oscuras, con un toque obsesivo, que nos muestran esas realidades que nos rodean pero que no vemos, nos tocan tangencialmente pero no nos fijamos. Las tramas políticas ocultas, los ambientes delictivos nocturnos, los combates de boxeo y las cuchilladas sentimentales.

Llevamos demasiados planazos y todavía no he mentado a mi escritor predilecto; James Ellroy, el perro demoníaco de la novela americana. Cuando me preguntan por libros favoritos siempre menciono América (American Tabloid, su título original) publicado en 1995 que supone el primer tomo de la trilogía americana que completan Seis de los Grandes y Sangre Vagabunda. Esta trilogía repasa la trastienda de la historia de Estados Unidos desde mediados de los 50 a mediados de los 70; desde el episodio de Bahía Cochinos y el asesinato de JFK hasta las revueltas raciales y el pulso de poder entre J Edgar Hoover y Howard Hughes, con el conflicto de Vietnam de fondo. Tomando la estructura de la novela negra (actualmente Ellroy es el puñetero amo del cotarro) disecciona la parte oculta del sueño americano y no deja títere con cabeza. Acusado de violento, misógino y ultra derechista, Ellroy alimenta ese personaje sin serlo realmente, le encanta recibir atención; pero en sus novelas atiza por igual a derecha e izquierda. No resulta fácil de leer, y por eso me sorprende su éxito: una prosa obsesiva, crispada, neurótica, seca, parca en palabras pero explosiva en resultados con tramas enmarañadas y salpicadas de violencia explícita de lo más impactante; un estilo barroco y denso dentro de una aparente simpleza engañosa. Sus novelas presentan personajes incómodos, resulta imposible identificarse con nadie. Los tres protagonistas de América dan miedo; Pete Bondurant, un mafioso gigante guardaespaldas de Howard Hughes, Kemper Boyd, un agente del FBI infiltrado en la organización de los Kennedy y Ward Litell un abogado calvinista expulsado del FBI que acaba trabajando para el crimen organizado. Ellroy define su trilogía como una pesadilla privada de las políticas públicas y en ella refleja los entresijos del poder, personajes ambiciosos y intrínsecamente corruptos cuyo propósito es el de acaparar sin importar los medios. Ellroy disfruta diciendo que no tiene interés por denunciar y que se centra únicamente en cuestiones literarias, pero es evidente que esta disección tan concienzuda no nace de la nada. A pesar de que las novelas puramente Noir son las que le han dado fama y dinero (L.A Confidential) es en esta trilogía donde encontramos al Elroy más desatado, depravado y absorbente: amigos, América, el retrato más sucio y extremo de la corruptela imperante, un planazo donde los haya.

Generalmente las películas sobre boxeo presentan historias tristes, de tipos golpeados malamente por la vida. Incluso las más populares como Toro Salvaje o Million Dollar Baby; pero ninguna muestra de manera tan cruda el mundo de los combates de mala muerte, los gimnasios cutres y los bares más acabados como Fat City, dirigida en 1972 por John Huston. John Huston que siendo unos de mis directores predilectos hay que reconocerle la facilidad que tenía para hacer películas mediocres. De hecho los años 60 fueron particularmente reguleros, con la salvedad de la Noche de la Iguana. El caso es que Fat City supuso un inesperado renacer para Huston, siendo una película menor y con una trama a priori poco atractiva; un boxeador en declive (Steacy Keach) que intenta volver al cuadrilátero se enamora de una alcohólica terminal (Susan Tyrrell) mientras entrena a una versión de él mismo en joven (Jeff Bridges). El boxeo supone una metáfora de la vida de estos tipos, les dan palos a diario y se levantan de la lona por costumbre. Es una película sobre la soledad, la desesperación y el dolor, y Huston nos muestra como nadie podría hacerlo ese mundillo paralelo de bares apestosos, gimnasios aun más malolientes, hoteles que dan miedo y una fauna de nobles perdedores instalados en la desesperanza. No olvidemos que fue boxeador amateur en su juventud y sabe de lo que habla. Los tres protagonistas lo bordan, especialmente Stacy Keach, y llenan la película de vida, con una intensidad, humanidad y una precisión tragicómica que hacen que la película trascienda su propia oscuridad.

Nuestro planazo musical nos adentra en el oscuro mundo de Afgghan Whighs. Black Love, publicado en 1996 -y continuación de aquella otra maravilla que era Gentleman- es una colección de temas que fueron originariamente concebidos como banda sonora de un film de serie negra; es en esencia el devenir vital de un asesino que a base de flash backs nos cuenta en primera persona las razones que le llevan a actuar así. La pasión, el deseo, la traición, la pérdida de control, el deseo de venganza y finalmente la pulsión homicida. Musicalmente deja al descubierto todas las influencias souleras de Dulli; es curioso que se les metiese en el saco del rock alternativo, tiene nada que ver con Pearl Jam. Hay varias cosas que convierten a Black Love en un hito musical; además de la temática tenemos una consistencia apabullante, música elegante y amenazadora, o dulce y melancólica dependiendo del momento, unas composiciones perfectas (Faded debe ser la mejor canción de la década) y especialmente la voz de Dulli, rota, desesperada, sexy, lujuriosa, suplicante, poderosa y tan expresiva que te arrastra en su apasionada diatriba. Sorprendentemente Black Love no fue un éxito de ventas, pasó discretamente por los charts, y casi es preferible así. Intensidad para almas torturadas.

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