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El Infantalismo


La infanta Cristina ha creado un nuevo estilo en el arte de la manipulación de la realidad que está marcando tendencia en la política española: el Infantalismo. Consiste básicamente en un trampantojo que engaña a la vista para hacerle creer que las cosas son justo lo contrario de lo que realmente son. No algo distinto, como hace la neolengua, sino todo lo contrario. El blanco se ve negro. Así la infanta no sería culpable o cómplice de su pareja en los delitos fiscales que se le imputan sino su víctima inocente. No solo no sería la estafadora sino que es la gran estafada, burlada además por la persona de su mayor confianza, el amor de su vida, el padre de sus hijos, el hombre con quien ha compartido durante años intimidad, confidencias y palacio en Pedralbes.

Tampoco sería una mujer formada e informada como su buena educación, posición social y puesto laboral en la Caixa presuponen sino una pobre ignorante que no sabe nada de la ley ni de contratos, cuentas bancarias y demás asuntos empresariales que su marido manejaba como cabeza de familia y cabeza pensante de la casa. Ni sería la mujer moderna, responsable e independiente que nos habían hecho creer la prensa monárquica y el papel couché, sino una esposa sumisa, obediente y despreocupada que firmaba “sin pedir explicación” los papeles que su marido le ponía delante.

Por la misma razón, ella jamás habría pedido explicaciones sobre cómo pagaban su carísimo tren de vida ni se preguntaría de dónde habían salido los casi 9 millones de euros que costó la compra y reforma de su palacete. Le parecería normal que el dinero siguiese cayendo de los árboles como había visto en casa de sus padres. Ella se sigue comportando como entonces, no como la adulta que es sino como una niña atrapada en las garras de un mundo de mayores corrupto y pervertido. El Infantalismo, por supuesto, es una de las formas del infantilismo. Toma al espectador por infantil y convierte al artista en adulto infantilizado.

Les suena de algo todo esto, ¿verdad? En efecto, esta corriente artística ha tenido entre sus más destacados seguidores a los miembros del partido del gobierno, desde Ana Mato al presidente mismo. Recordarán ustedes a la infantalizada ex ministra de Sanidad asegurar que no sabía quién pagaba los viajes y fiestas de cumpleaños de sus hijos ni cómo había llegado el Jaguar hasta la plaza de garaje de su marido. Recordarán también a Rajoy presentándose como víctima confiada del pérfido Bárcenas y a la plana mayor del PP afirmando que jamás sospecharon de los oscuros cambalaches que tenían lugar en el despacho de al lado. Ni siquiera preguntaron de dónde venía el millón de euros con que pagaban la lujosa reforma de la sede del partido.

Uno de los efectos ópticos más logrados por el i nfantalismo popular consiste en hacer aparecer el dinero como por arte de magia, al mismo tiempo que hacen desaparecer los discos duros. Incluso han intentado llevar su obra maestra más allá y personarse en el caso Bárcenas como “perjudicados y ofendidos” por la caja B del partido. Quieren hacer creer al espectador poco avisado que el PP es el damnificado del dinero que el PP gastaba pero no declaraba a la Hacienda de todos. Menos mal que el juez Ruz ha descubierto el artificio y ha puesto fin a la pantomima.

Por supuesto hay otras escuelas de infantalismo aunque todas siguen fielmente a la original. En el PSOE, sin ir más lejos, también el consejero de Empleo de los ERES falsos le ha dicho a la jueza que él firmaba todo lo que le ponían delante, como la infanta, lo que nos descubre que además de mentirosos y ladrones, hay muchos incompetentes al mando. En general, como les decía, esta corriente está muy extendida. Incluso entre los nuevos pintores. Es preocupante ver cómo algunos aparentan ser lo contrario de lo que son, ya sea para ocultar su color o un olor poco agradable.

Y lo peor es que este fenómeno también afecta a la sociedad. El infantalismo está infantalizando e infantilizando a muchos ciudadanos adultos que prefieren comportarse como niños ausentes porque siempre es más cómodo excusarse que asumirse y enfrentarse a la realidad. Urge acabar con el infantalismo a toda costa. Hay que hacer un infantacidio.

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