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Impostores y fariseos

Amigos, nueva sesión de planazos inspirada en la rancia picaresca que vivimos estos días, entre Pequeños Nicolases, Pechotes y otros farsantes, impostores y fariseos. ¡Qué país, por los clavos de (Ángel) Cristo!

Planazo number one; el disco. El rock n roll siempre ha tenido sus pequeñas farsas, y nuestro protagonista se prestó gustoso a cambio de unos buenos fajos de dólares. Allá por los años 50 los capitostes de las discográficas y los guardianes de la moral miraban horripilados cómo artistas del pelaje de Chuck Berry o Little Richard se convertían en ídolos juveniles. Unos tipos sexys, salvajes, asilvestrados y (oh cielos) ¡negros! La solución: ofrecer un sucedáneo domesticado. Y aquí surge Pat Boone, más americano que la tarta de manzana, limpito, cristiano y republicano, cantando Ain’t That A Shame, Long Tall Sally o Tutti Frutti en versiones refinadas, alejadas de la suciedad y sexualidad de los temas originales. Convertido en una celebridad en la America Decente nos dejó a todos con el morro torcido en 1997 cuando se sacó de la manga “In a Metal Mood: No More Mr. Nice Guy”, una colección de versiones de clásicos del Hard Rock en clave Swing que es absolutamente delirante y muy muy recomendable. Sí, sí, ya lo sé, vas a hablar de Richard Cheese. Mira las fechas, el primer disco de Ricardo Queso (idolazo) es del año 2000, tres años más tarde. ¿Los temas? Casi nada, Paradise City, Enter Sandman, Holy Diver… no es todo magnífico, pero te pasas una hora divertidísima, y casi perdonas al besugo de Boone. Sus fans se mesaron las canas, y durante un tiempo se dijo que al viejo Pat se le había ido un poco la cabeza (en una entrega de premios salió con chaleco de cuero y un collar de perro). ¿Ejercicio de penitencia o abuelo en fase ga-gá? Planazo en cualquiera de los casos.

 

Segundo planazo, una lectura. Todos sabéis que al coger una autobiografía los dedos se pringan de farsa, no hay honestidad cuando toca contar la vida de uno. La vanidad y la desmemoria hacen de ese viaje introspectivo un relato generalmente poco fiable. Así que puestos a falsear, hazlo con estilo. Eso debió pensar Groucho Marx, muy dado a hablar de sí mismo, no en vano tiene varios títulos autobiográficos: “Memorias de un Amante Sarnoso”, “Camas”, y el que nos ocupa, “Groucho Y Yo”, posiblemente mi autobiografía predilecta. Desopilante y llena de mentiras o inexactitudes deliberadas, exageraciones y extravagancias delirantes, todo por lograr unas risas. Y las consigue. En abundancia. Y es que Groucho era un cómico total, no solo en radio, TV y en las películas (yo sigo descojonándome cada vez que las veo) sino que además era un escritor de los buenos (y si os quedan dudas leed “Las Cartas de Groucho”, pluma finísima). En “Groucho y Yo” hace un alegre repaso de su vida, desde su depauperada infancia en New York, sus inicios en el vodevil, la fama, los millones que gana, los millones que pierde (el crack del 29 le hizo polvo), las difíciles relaciones con sus hermanos, con las mujeres, con sus hijos, etc. Si queréis cotejarlo con algo parecido a la realidad hay varias biografías publicadas en español, y relativamente fáciles de encontrar. La de Stefan Kanfer editada por RBA es una de ellas. Yo me convertí al marxismo (al Grouchismo, vaya) desde que leí “Groucho y Yo”. Tú, amable lector, ¿a qué esperas?

¿Con ganas de más imposturas? Fíjate bien, planazo número tres. Le film. Parece ser que si te acercas lo suficiente a ciertas personas inmediatamente te toman por una de ellas, te conviertes en ellos. Eh, no lo digo yo, lee los periódicos. ¿Viendo las noticias estos días no habéis pensado en “Zelig”? Yo sí, y me reía. Una de las mejores y más innovadoras películas de Woody Allen, en forma de falso documental (¡todo es falso hoy, amigos!), rodada en 1983 en plena fiebre creativa, entre “La Comedia Sexual de una Noche de Verano” y “Broadway Danny Rose”, ahí es nada. La premisa es sencilla, sencillamente hilarante. El protagonista tiene la capacidad asombrosa de adaptar su apariencia a la de la persona que le acompaña. Pero esto no se debe a su ambición en los negocios, no, es simplemente a una tremenda inseguridad. Tanto el tratamiento visual como el narrativo fueron rompedores en la carrera de Allen, y la película sigue siendo a día de hoy una de las más divertidas en su –inabarcable- carrera. ¡Ríete un poco, hombre, es un planazo!

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